"La mayor necesidad del mundo
Es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos."
(La educación p.57)


Una meta alcanzable

La vida del que aspira cumplir el ideal cristiano para su existencia, es como el paso de aquel joven de la poesía de Henry Longfellow, que al caer la noche comenzó a ascender una montaña llevando un estandarte en que había escrito “¡Excelsior!” Aun ante el anuncio de tempestad y rugientes correntadas, respondió “¡Excelsior!” y continuó. Ni la lágrima y el suspiro que le arrancó la invitación a detenerse que le hiciera una doncella cambió su respuesta: “¡Excelsior!” A todos, que dejaba siempre atrás, respondía desde lo alto: “¡Excelsior!” y
Del monte San Bernardo en el convento,
Al asomar la luz del nuevo día
Las preces se mezclaban con el viento,
Y en la region del águila y las nubes
Una voz por los aires repetía:
¡Excelsior!

Así procede quien vive siempre movido por el ideal de perfección. No admite restricción alguna, puesto que la esperanza multiplica su energía.
Pero ese ascenso espiritual y moral implica abandono del pecado. Todavía siguen el hombre y la mujer siendo de carne, pero cada vez que viven más la vida del espíritu, en forma gradual, pero segura, van obteniendo la victoria sobre el mal hasta que nada defectuoso les debilite el carácter.