*Me quejé de lo que me salió mal en el trabajo, pero no agradecí mis manos para trabajar.
*Me quejé de tener que soportar el ruido de mis hermanos, mas no agradecí por tener una familia.
*Me quejé cuando no había lo que más me gustaba para comer, pero olvidé agradecer por tener alimento.
*Me quejé por mi salario, cuando miles ni siquiera tienen uno.
*Me quejé porque no apagaban la luz de mi cuarto al buscar unos libros, pero no pensé en que muchos no tienen hogar donde tener las luces encendidas.
*Me quejé por no poder dormir 10 minutos más, olvidando a quienes darían todo por tener su cuerpo sano para poder levantarse.
*Me quejé por tener que trabajar al día siguiente, olvidando que muchos no tienen trabajo que les permita llevar sustento a su familia.
*Me quejé porque mi madre me reprendía, cuando millones desearan tenerla viva para poder honrarla y abrazarla.
*Me quejé pues tenía que dar una charla sobre Jesús a unos jóvenes, olvidando el privilegio que es poder hablar a otros de Jesús.
Dios me mostró en aquel momento la verdad y entonces comprendí lo ingrato que había sido con Él, y comencé a agradecer por las cosas que había olvidado, y aún más aquellas por las que tanto me quejaba…
“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” (1Tes. 5:16-18).