"La mayor necesidad del mundo
Es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos."
(La educación p.57)


El Artista Supremo

Se relata que cierto día paseaba Miguel Ángel, el célebre artista del Renacimiento, por una calle de Florencia. De repente, algo le llamó la atención. Era una piedra inutilizada. Se trataba de un finísimo trozo de mármol de Carrara, que algún artista mediocre había comenzado a tallar para sacar una figura humana, con tan poca habilidad que el mármol fue arrojado por inútil en un rincón de la calle.
Miguel Ángel advirtió en seguida una hermosa posibilidad. Y de inmediato dispuso que condujeran a su estudio aquel mármol a medio cincelar, arruinado y desechado.
Si visitamos hoy Florencia, tendremos ocasión de admirar la perfecta simetría y belleza de la forma humana de una de las obras de arte más nobles del mundo: el David, mundialmente célebre. Cuando este monumento se exhibió por primera vez, causó verdadera sensación.
Cada ser humano es en un sentido una piedra inutilizada, desechada, arruinada por el pecado. Pero cuando Cristo, el gran Artista Divino nos observa, nos ve cómo podríamos llegar a ser transformados por su gracia y poder, labrados por el cincel de su Evangelio, y se dispone a modelarnos de nuevo si tan sólo se lo permitimos…
“Por sus frutos los conoceréis”, es la regla universal que establece la Palabra de Dios para determinar la naturaleza de una causa cualquiera. Se manifiesta, pues, el verdadero cristianismo, se conoce la existencia del verdadero espíritu de Cristo, por los frutos que produce.